En
un teatro vacío, donde las butacas solían
resonar con los aplausos de la esperanza, se alzó
un intérprete discordante, el peor presidente que
la historia política contada recordará sin
pronunciar su nombre. Cuatro años de desventuras
y mentiras encadenadas como notas disonantes.
Este
músico aficionado, maestro en el arte de la falsedad,
convirtió la palabra en su peor enemiga, mintiendo
con la misma facilidad con la que afinaba mal su guitarra.
En reiteradas ocasiones, confesó sus engaños,
pero lejos de enmendar su camino, siguió deslizándose
por la senda de la decepción, como un charlatán
empeñado en vender melodías rotas.
Defraudó
a propios y ajenos, mientras los opositores, como hábiles
músicos, desenmascararon sus desafinaciones políticas.
Sus seguidores, ilusionados por una melodía embustera,
descubrieron el fraude en cada acorde. Al final, quedó
solo, acompañado únicamente por su perro
y su guitarra, sus únicos amigos leales en un teatro
que antes vibraba con la sinfonía de la democracia
y ahora se debate en un derrumbe inminente.
Multiplicó
la inflación, la pobreza, la ignorancia, la desigualdad,
y sembró la inseguridad en cada rincón del
país. Expulsó a los jóvenes, que
como notas errantes, migraron en busca de nuevos horizontes,
dejando tras de sí el llanto del desarraigo.
Se
alineó con países totalitarios, corruptos
y populistas, incorporando a su gobierno todos esos atributos
como acordes disonantes en una sinfonía de desgracias.
Puso a su pueblo al borde de la desilusión.
En el oscuro escenario de la historia, el intérprete
discordante del desastre se retira, llevándose
consigo la afinación perdida y dejando al país
sumido en un silencio ensordecedor. Las butacas vacías
testifican el trágico concierto de desgobierno,
mientras la población, como espectadores desencantados,
anhela el día en que una nueva sinfonía,
afinada con la verdad y la justicia, resuene en el teatro
de la política.
Su música, lejos de animar
en la tragedia, solo entorpeció la evacuación.
Sus acordes se pierden entre gritos, explosiones y desesperación.
Su castigo ya no será el mal recuerdo; su mayor
castigo será seguramente el frío y eterno
olvido. El olvido con que la historia castiga a los mediocres
que ni siquiera pudieron escribir su nombre en ella.
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